14 abr 2012

The (Medieval) Walking Dead (2): mascando piedras

Ahora que ya sabemos que los muertos "reviven" y nos visitan, conviene tener presentes algunos trucos para ponérselo más difícil. Una de las formas de prevenir el retorno de un cadáver parece haber sido la colocación de algún tipo de objeto en su boca. P. Barber, en la página 47 de su imprescindible Vampires, Burial and Death. Folklore and Reality, pone algunos ejemplos: fragmentos de cerámica, monedas, tierra, libros. El porqué no queda claro, ya que, aunque resulta que, según una opinión muy extendida en la Europa preindustrial, los muertos mastican (sí, sí, mastican), esas cosas que se meten en sus bocas al enterrarlos y que tienen como función evitar que hagan daño a los vivos pueden servir tanto para que las masquen (y así se entretengan) como para evitar que muerdan y se devoren a sí mismos o a otros cadáves. O a los vivos...

Esa curiosa costumbre de los muertos en sus tumbas (íntimamente relacionada con epidemias de peste, por cierto) motivó incluso la redacción de al menos dos tratados con ese título: Dissertatio Historico-Philosophica De Masticatione Mortuorum, de F. Rohr (1679) y De Masticatione Mortuorum In Tumulis, de M. Ranft (1728). En ambos (aunque el primero trate de demostrar la mano del demonio en estos hechos y el segundo busque explicaciones racionales) se cita la costumbre de introducir monedas y/o piedras en la boca de los difuntos para evitar esa masticación. A modo de ejemplo, el capítulo nº 59 de la obra de Ranft se titula "Las piedras y las monedas colocadas en la boca de los difuntos (...)"

Recientemente una noticia arqueológica saltó a los grandes medios de comunicación: entre los numerosos cadáveres altomedievales excavados en la necrópolis irlandesa de Kilteasheen había tres que mostraban evidencias de prácticas necrofóbicas (en realidad la prensa no lo dijo así, sino que habló de "miedo a los no-muertos" o, más vistosamente, de "esqueletos de vampiros"). La noticia, muy resumida, hablaba de dos muertos con sendas piedras en la boca y un tercero con otra (grande y pesada) sobre el pecho, fechados a inicios del siglo VIII d. de C.; y de cómo los responsables de la excavación proponían la posibilidad de relacionar la presencia de esas piedras con rituales destinados a evitar el retorno como "revenants" de los fallecidos. Quien quiera más, incluidos los enlaces al documental que se emitió sobre el asunto (en inglés), puede saciar su sed de conocimiento en este magnífico blog. Nosotros nos quedaremos con las piedras en la boca como espanta-"revenants" (idea principal) y con la posible relación entre estos muertos y las epidemias de peste que asolaron irlanda en el siglo VII d. de C. (idea secundaria pero no menos interesante, recurrente, como hemos visto y veremos, y sobre la que trataremos en otra entrada).

Esqueleto con una piedra en la boca de la necrópolis irlandesa de Kilteasheen (Fuente: MailOnline)

No era la primera vez que muertos con objetos en el interior de su boca y relacionados con episodios de muerte catastrófica saltaban a los grandes medios de comunicación. Pocos años atrás, el caso de la "vampira" de Venecia había dado la vuelta al mundo, generando el asombro general y alguna que otra polémica entre especialistas. En esta ocasión, se trataba del esqueleto de una anciana, recuperado en una fosa común en la isla del Lazaretto, junto con otros muchos esqueletos relacionados con una epidemia de peste en el siglo XVI. Presentaba la peculiaridad de tener un ladrillo encajado en la boca, lo que fue inmediatamente puesto en relación por sus descubridores con una medida necrofóbica destinada a evitar posibles maldades post-mortem por parte de la difunta. En este caso concreto, la relación con las epidemias estaba fuera de toda duda, lo que lo convertía en un magnífico ejemplo de "arqueología del vampirismo", si es que puede usarse una expresión así.

Cráneo con un ladrillo en la boca procedente de la isla del Lazareto, en Venecia (Fuente: Reuters UK)

Y claro, esas piedras (o ladrillo) en la boca y esa interpretación necrofóbica son tan interesantes que hacen que inmediatamente surja una pregunta: ¿tenemos algo parecido aquí, en Cantabria? Pues sí. Lo tenemos. O mejor dicho, lo teníamos, porque se trata de un yacimiento arqueológico que se excavó hace ya unos cuantos años: la necrópolis de San Pedro de Escobedo, en el valle de Camargo. Entre las varias decenas de tumbas (de lajas, de fosa con tapadera de lajas y de fosa simple con ataúd) excavadas en ese cementerio altomedieval hay una que destacaba sobre las demás. Se trata de la nº 10, de fosa con cubierta de lajas y orejeras (esas dos piedras que se colocan a ambos lados de la cabeza para evitar que se desplace hacia los lados), cuya ocupante, una mujer, tenía una piedra en la boca; como puede apreciarse en la siguiente fotografía.

Esqueleto con una piedra en la boca de la necrópolis de San Pedro de Escobedo (Camargo, Cantabria) (Fotografía: CAEAP)


¿Estamos ante un caso cántabro de necrofobia medieval o se trata simplemente de una casualidad? ¿La piedra se colocó intencionalmente en la boca de la difunta o ha terminado llegando ahí gracias a los siempre caprichosos procesos post-deposicionales? Si la opción correcta es la primera, ¿se hizo para evitar la "masticación de la muerta" y su vuelta como "revenant" u obedeció a otras causas que se nos escapan? No tenemos respuestas definitivas a estas preguntas, pero sí algunas consideraciones que hacer al respecto. En primer lugar, que los excavadores dicen textualmente que la piedra estaba "encajada en la boca", lo que abogaría, en principio, por una colocación intencional (algo que la imagen, en la que se aprecia cómo la "muerde", ratificaría). Sin embargo, en opinión de quien más sabe de muertos y cementerios medievales cántabros (no, no soy yo, pero no anda lejos de aquí), podría tratarse, sin más, del desplazamiento de una piedra colocada en origen debajo de la barbilla y que, junto con las orejeras, formaría una especie de "cofre" pétreo para la cabeza del inhumado; tal y como se ha comprobado en otros cementerios medievales, como el de San Martín de Elines, en Valderredible. Por lo tanto, no tendría nada que ver con el miedo a los muertos. En este punto conviene recordar que una de las prácticas necrofóbicas recogidas por Barber (p. 47), concretamente una documentada entre los casubios de Pomerania (en la actual Polonia), consistía en colocar un ladrillo "debajo de la barbilla del muerto", para que se rompiese los dientes con él si le daba por ponerse a masticar. Entonces, quizá esos "cofres" también tuviesen algún contenido necrofóbico. O no. En cualquier caso y volviendo a la tumba nº 10 de San Pedro de Escobedo, el parecido con los ejemplos irlandeses y veneciano es evidente y la posibilidad de que nos encontremos ante un caso medieval de prevención del "revenantismo" está ahí. Es sólo una de las posibles interpretaciones pero, sin duda, es la más sugerente. Si los muertos "masticaban" en la Irlanda del siglo VIII, en la Venecia del XVI y en toda la Europa centro-oriental del XVIII-XIX, ¿por qué no iban a hacerlo en la Cantabria medieval?.





3 comentarios:

  1. ¿Mucha fémina reventant?...

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  2. revenant...este alzheimer...

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  3. Pues así, hablando de memoria, no creo que haya más mujeres que varones. En las fuentes escritas los "revenants" son mayoritariamente hombres (y es raro, porque con lo malas que son en vida las mujeres lo normal sería que no encontrasen descanso tras morir... Que no, que es broma). Y de los presuntos casos arqueológicos la verdad es que no sé decirte.

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